El cáncer amoroso

La enfermedad es un lenguaje del cuerpo físico que interpela la continuidad del ser. A mí, el cáncer me ha mostrado lo conectada que estoy a la vida a través de mi entorno y de mis seres preciados.

La enfermedad es un lenguaje del cuerpo físico que interpela la continuidad del ser. En mi caso, el cáncer me ha mostrado lo conectada que estoy a la vida a tra-vés de mi entorno y de mis seres preciados.

Me he cuestionado por qué estoy enferma y por qué yo. Me he preguntado si podré o no sanarme. Indago sobre mi actual momento y el futuro que busco y me espera.
A través de mí, mi tribu también se ha cuestionado y me ha acompañado a dar respuesta.
Todos vivirán sin mí. Yo estoy acechada por un final que puede llegar en 6 segun-dos, como 6 minutos, 6 días, 6 semanas, 6 meses, 6 años (o quizás 60). El fin es-tá intensamente dentro del presente y, sobre todo, me ancla a un sentimiento de acompañamiento inmensísimo, de unión a un amor infinito, mostrado con múlti-ples rostros de la forma más bella posible.
Siento que cuando me apague, marcharé cogida de la mano, igual que mucha energía mía correrá por las venas de mis otros.
La enfermedad y el cáncer han sido manifestaciones de amor recibidas pro-fundamente que hacen que sienta el sentido de todo: de la vida, de la muerte y de la propia enfermedad. Revindico que cualquier enfermedad sea la excusa para comunicarse y demostrar amor: el necesario para entender y el necesario para so-brevivir.

Any 
Bold 
Claim.

El cuerpo también habla

El cuerpo no miente: grita, se inflama, se rompe para ser escuchado. Cuando olvidamos cuidarlo, él toma la palabra con su propio lenguaje. ¿Y si aprendieras a entenderlo antes de que enferme?

El cáncer en el Mundo

Una de cada cuatro personas tiene o tendrá cáncer: es un fenómeno global. Pero no solo son números, son vidas que se detienen y se replantean todo. ¿Conoces los datos reales detrás de esta enfermedad universal?

Terapia de la Dignidad

Cuando la enfermedad amenaza el cuerpo, la dignidad sostiene el alma. Una terapia que recoge memorias, aprendizajes y sueños para dejar huella. ¿Y tú? ¿Qué legado querrías transmitir si tuvieras solo un instante?

Terapia de la Ternura

La ternura como medicina: sin efectos secundarios, solo efectos humanos. Abrazar, cuidar, mimar: gestos pequeños que reconstruyen lo perdido. ¿Podemos curarnos cuando nos sentimos profundamente queridos?

El caluroso 29 de agosto de 2024, jueves, día de mercado en Sant Cugat, mi ciu-dad... Sólo recuerdo que fue una jornada larga, intensa, con momentos muy ale-gres, como el ratito que pasé con mi madre charlando de cosas cómicas, conten-tas de encontrarnos después del verano. Luego, los tres médicos que, a través de un aparato de ecografía, me miraban aquel vientre inflado, fueron excesivamen-te —mejor dicho, extrañamente— cariñosos conmigo, quizás porque era la úni-ca persona en Urgencias, o porque era un caso interesante para ellos; no sé, pero fueron cercanos. Los tres hablaban, se miraban, miraban mi vientre, me acaricia-ban el brazo, pero no me decían nada.

Por fin, uno de ellos rompió el silencio y me dijo: tienes un líquido raro, lo mejor es llevarte al hospital. Los tres hombres me acompañaron a la ambulancia, y me despidieron como si emprendiese ese largo viaje que sabes que te separa de tus seres queridos con la incógnita de cuando los volverás a ver… O si los volverás a ver. Ahora que lo pienso, además, no compré billete: subí a la ambulancia sin resistencia. Emprendí, sin imaginármelo entonces, un desconocido e intenso viaje hacia mi interior. 

Largas horas estuve en el pasillo de Urgencias del hospital, todavía sin entender qué podía estar pasándome y por qué estaba allí. Pensé sobre eso de un líquido raro…Pues habría forma de sacarlo. Uno de los tres médicos que me acompañó pasó a verme, a darme algo de aliento. Me miró, suspiró y, a modo casi de confe-sión, me dijo: sabes, esto puede ser un tumor.

No sé cómo, después de estas palabras, me llevaron a hacer una prueba, y allí sa-lió la foto de un “TUMOR CON PINTA BIEN MALIGNA DE 18 CMS EN EL OVARIO DERECHO”. La nueva médica, con dificultad de retención de la mirada, balbuceó: te verá el Dr. Rodríguez de Urgencias.

Llegué a la cita con el Dr. Rodríguez apoyándome en las paredes. El vientre me pe-saba, porque para entonces el tumor con pinta bien maligna era el que dominaba todo mi cuerpo. Me pellizcaba fuerte para que yo dijese “ay”, y luego la cabeza me daba vueltas; y luego el mundo me daba vueltas y no sabía ni para dónde iba ni dónde estaba. Oí al Dr. Jordi decir: el cáncer de ovario, ..., y ya no me enteré de nada más… Firmé no sé qué, ni cuantos papeles..., y volví a irme con aquella pan-za a casa; tenía que esperar al día de la operación.
Me hice asidua a las urgencias: ya sabía reconocer si los gritos salían de los boxes de psiquiatría o de los de trauma, a qué hora repartían la comida, y dónde guarda-ban el arsenal de medicamentos. Mi cuerpo me dolía a gritos; yo no quería gritar, pero el ser tumoral seguía pellizcándome, causándome fiebre, malestar, borra-chera, ...
Había oído hablar de las metáforas del cáncer, porque al ser una enfermedad gra-ve, amiga cercana de la muerte, muchas veces cuesta nombrarla y se inventan formas para no decir “cáncer”. Yo he escuchado batalla, lucha, viaje, ..., y la per-sona enferma se convierte así en una guerrera o en una valiente. Cada uno puede nombrarme como quiera; siempre que sea cariñoso, lo acepto, pero que me lla-men guerrera me disgusta, porque yo sólo creo en el pacifismo y si algo reivindico es aprender a comunicarnos sin violencia.

Llamé a mi tumorcito Don Pascualito. Quise entenderlo, integrarlo en mí, aceptar-lo para convivir con él, pues ambos habitábamos el mismo necesitado cuerpo. La muerte estaba tan próxima de Don Pascualito como de mí; ambos cohabita-mos con esa premisa. Mi convivencia con Don Pascualito fue curiosa: él me apre-taba el cuerpo, quería recorrer todos los entresijos y expandirse, y me removía y yo sentía mi cuerpo a través del dolor que me causaba. Me enseñó la necesidad de cuidarlo y mimarlo para verle su belleza, y su salud. Me enseñó a ser consciente de que si mi persona es y hace, es por medio de ese cuerpecito.
En ese periodo se me hacía urgente ir a contemplar el sol, la Naturaleza, ... El cuerpito no podía levantar un pie, ni un brazo, ni la cabeza, y se quedaba allí tum-bado enlazando las noches con el día y el día con las noches… Y la existencia se extendía sin comprender el sentido, porque no podía expresar toda mi voluntad. 

Otro trío de médicos sacaron a Don Pascualito de mi cuerpo, me abrieron de arri-ba abajo, 83 puntos de sutura. Gracias al Banco de sangre y a la morfina sentía una alegría que me provocaba una sensación gustosa de flotar, era un estado su-blime. Me iba subiendo la alegría por encontrarme tan bien después de haber sido un cuerpo yermo. 

Pero a las pocas horas me entró el mareo de no poder con mi vida, de ver la muer-te, y asustar a las enfermeras que me llevaron más rápidas que un cohete, y co-giéndome la mano en el ascensor; una planta más arriba: la UCI. Me inyectaron más y más morfina, pero yo seguía con dolor y dolor y mareo y olor a muerte. No pude mover la cabeza en una semana, mi mirada se limitaba a una lisa pared con un enchufe. Ese era mi mundo, un cuerpo inerte, una cabeza pensante cues-tionando el sentido de la vida e invadida de pena.
Primero Don Pascualito, nacido de mis propias entrañas, me impuso una barriga de unos 9 meses de embarazo, que dolía y me tenía sin alma. Gané algunos kilos, a pesar de haber aborrecido hasta el agua. Después de la operación me convertí en un saco de huesos envuelto de pellejo y decorado por una cicatriz que atraviesa todo mi torso frontal, con 83 grapas que se extienden en 83 arrugas. Los bracitos, dos palos con más arruguitas; mis pechos se quedaron en dos nuececitas; ni el ombligo ni el culo se ven. A las piernas, gracias a Dios, se les fue bastante la linfe-dema, aunque la izquierda sigue caliente y con dificultades de drenaje. Ahora me van a inyectar cortisona y mi cuerpo se hinchará, después la quimioterapia y me quedaré calva...

El cáncer es una experiencia única, intensa, que me ha revolucionado internamen-te. Me está permitiendo experimentar la vida desde una posición desconocida. He ganado la nítida consciencia de que en este mundo quizás me queden 6 minu-tos, o 6 días, 6 semanas, 6 meses, 6 años o puede que se me alargue hasta 60 años. En mis manos queda resolver cómo quiero vivir ese tiempo. 

Tengo cáncer, no soy cáncer o enfermedad. Tengo un cuerpo delicado, no soy una debilucha. Tengo dolor, no soy sufriente. Tengo una experiencia dolorosa por la que algunos habéis pasado y por la que otros no pasaréis nunca. 

¿Cómo lo vivo? Con apertura a la vida y sus circunstancias, aceptación, intros-pección y conexión. El cáncer me ha permitido parar la rutina de mi vida para ob-servarme a mi viviéndola, para sentir mi vida y su sentido. Me permite una intros-pección intensa reconociéndome con qué me identifico profundamente. Lo siento como una oportunidad. 

Desde el prisma del cáncer he podido observar el valor de mi vida para todos los que quiero y he sentido ese vínculo muy fuerte, aunque algunos se hayan enfriado por el miedo que les he despertado. Así, mi cáncer es también una oportunidad para todos los que me rodean o se cruzan permitiendo relacionarnos, comunicar-nos, demostrarnos nuestros valores. Por eso el cáncer es amoroso, está en el juego de la vida. Y por esa razón quiero compartir mi vivencia con todos tal y como yo lo he vivido; y siguiendo desde mi introspección muy unida a todos, a la vida.

¡Únete al camino!

Si te habla la ruta del abrazo y quieres acompañarme en el viaje
¡Únete!

Copyright © SARA CON AMOR | Todos los derechos reservados.  2025

eu-cookie-consent::cookies.PopupTitle

eu-cookie-consent::cookies.PopupDescription